Hace unos días el directorio de la ANFP junto al capitán de la selección nacional, Claudio Bravo realizaron un emotivo homenaje a los 116 jugadores que defendieron la camiseta de la selección en un Mundial. Tuve la oportunidad de hacerlo en el 62 y el 66.

 Un simple gesto que puede generar muchas cosas. En mi caso, lo que genera es reafirmar mi pensamiento sobre el portero de la selección nacional.

 Un deportista excepcional. La carrera que ha conseguido el oriundo de Buin ha sido sobresaliente. Además, aún no tiene techo y, si bien hoy está en su mejor momento deportivo, como todos los grandes deportistas de la actualidad, cree que hay un más allá, un nuevo desafío y la posibilidad de seguir levantado el nivel. Una sana competencia consigo mismo.

 A sus 31 años, el formado en Colo Colo se convirtió en el futbolista que en más ocasiones ha vestido la Roja, con 85 presencias. El líder indiscutido de esta excelente generación de jugadores. Al escucharlo hablar, el portero recuerda los más duros momentos de su carrera y de no olvidar sus raíces. El recordar lo hace mantener los pies en la tierra y no sólo a él sino que es un sentir que transmite a sus compañeros. Sin dudas podría decir que es un ejemplo para los niños de nuestro país.

 Pero Bravo no sólo tiene cualidades de liderazgo y personalidad. Es un excelente portero que ha llegado a batir un record en el mejor club del mundo. Un gran sentido de ubicación, atajador nato, gran lectura de la jugada y valentía para utilizar sus pies que le dan una seguridad y le facilita la elaboración a los equipos. Sus casi diez años en Europa lo han transformado en un arquero completo que ha sabido sobreponerse a las críticas y a los malos momentos, en los que uno más aprende y donde más desarrolla el sentido del liderazgo. Como ha dicho el propio guardameta en su cuenta en Twitter, “El éxito no está en vencer siempre, sino en no desanimarse nunca.”

 Hace no mucho tiempo me pasó en la lista de los jugadores que más partido han disputado por la Selección y la verdad es que es un orgullo. Un orgullo que el capitán de nuestra selección brille en el Barcelona y un orgullo de su calidad humana fuera de la cancha. De seguro yo, como el resto de los mundialistas que vestimos la camiseta de la Roja para intentar poner en lo más alto el nombre de nuestro país, no nos olvidaremos nunca del gesto que ha tenido la ANFP y el capitán de la selección.

ALBERTO FOUILLIOUX